En 1972, el gobierno argentino impulsó ante las Naciones Unidas la creación del Día Mundial de la Protección a la Naturaleza, que se conmemora cada 18 de octubre. La declaración fue asumida como un llamado urgente a preservar los ecosistemas del planeta, y, más de cincuenta años después, sigue siendo un recordatorio vigente de nuestra responsabilidad frente al deterioro ambiental y la pérdida de biodiversidad. En la Panamazonía, este día tiene un eco particular: aquí, donde la vida brota en abundancia, también se manifiestan las heridas más profundas de un modelo de desarrollo que no ha sabido convivir con la naturaleza, sino que la ha convertido en objeto de extracción y de poder.
Desde el Programa Universitario Amazónico (PUAM), entendemos que conmemorar este día es más que un gesto simbólico. Es reafirmar nuestro compromiso con la casa común, con los pueblos que la habitan, y con la búsqueda de caminos que articulen saberes, ciencias y espiritualidades para sostener la vida en todas sus formas. La encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco nos recuerda con claridad:
“No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (Laudato Si’, n. 139). Esta visión invita a mirar el territorio amazónico no solo como un espacio natural a conservar, sino como una trama de relaciones vitales, culturales y espirituales que exigen justicia.
Pero ¿qué significa realmente «proteger la naturaleza» en la Amazonía? La respuesta no puede reducirse a conservar árboles o delimitar áreas verdes. Proteger la naturaleza en este territorio implica comprender su integralidad, la forma en que todas las criaturas —humanas y no humanas— conviven en un frágil equilibrio que da sentido a la vida. Significa reconocer que los ríos, los suelos, los animales, las plantas y las comunidades humanas conforman un tejido interdependiente: cuando una de sus hebras se rompe, el daño se expande a todo el conjunto.
Desde la perspectiva de la ecología integral, la defensa de la naturaleza es inseparable de la defensa de las culturas y de las opciones de vida de los pueblos amazónicos. Allí donde una lengua se extingue, donde un pueblo es desplazado o donde una tradición espiritual se silencia, también muere una parte de la selva. El territorio amazónico no puede entenderse sin las historias, los cantos, los mitos y los saberes que lo habitan. En ese sentido, proteger la naturaleza es también garantizar el derecho de los pueblos a existir con dignidad y a decidir sobre sus territorios.
La justicia socioambiental que defendemos implica reconocer que los pueblos amazónicos no son beneficiarios de políticas, sino sujetos de derechos y portadores de conocimiento. Las comunidades, las mujeres, los jóvenes y los sabios del bosque llevan siglos cuidando el equilibrio que ahora el mundo intenta recuperar. Sin embargo, las amenazas persisten: la deforestación, la contaminación y el desplazamiento por industrias extractivas, la violencia sobre líderes territoriales, y la indiferencia institucional siguen marcando la vida cotidiana en la región. En palabras de la Laudato Si’:
“El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social” (Laudato Si’, n. 48).
El PUAM está invitado a aportar a ese cambio de paradigma, generando espacios de formación, investigación e incidencia que fortalezcan la justicia socioambiental desde la Amazonía. Formar profesionales y actores sociales que comprendan la interdependencia entre la vida humana y la vida del territorio es una tarea urgente y colectiva. No se trata solo de conservar bosques o especies, sino de defender el derecho de los pueblos a existir en plenitud, con sus lenguas, sus espiritualidades y sus modos propios de entender el mundo.
En este día de la protección a la naturaleza, hacemos memoria de quienes han entregado su vida a defenderla, muchas veces poniendo en riesgo su seguridad y su libertad. Cada territorio resguardado, cada río protegido, y cada palabra pronunciada en defensa del territorio es un acto de esperanza. La protección de la naturaleza no puede desvincularse de la dignidad humana: cuidar la Amazonía es cuidar la vida misma.
Que este día nos convoque, una vez más, a escuchar el clamor de la Tierra y el clamor de los pueblos. A renovar nuestras alianzas entre universidades, comunidades, instituciones y redes que buscan un futuro sostenible. A recordar que la educación, la ciencia y la espiritualidad pueden encontrarse para transformar realidades. Porque nuestra tarea es tejer esas conexiones con justicia, sensibilidad y compromiso.